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Mensaje del Obispo con motivo de la cuaresma del 2023

Convirtámonos y enamorémonos más de Jesucristo

Ha comenzado a difundirse el sueño diocesano que jalonará nuestro camino espiritual y misionero durante los próximos años:

Soñamos nuestra Diócesis de Facatativá enamorada de Jesucristo y llena de ardor misionero que escucha, acompaña y promueve a todos, especialmente a las familias, los niños, los jóvenes y los que sufren, para anunciar a Jesucristo y ser signo del Reino del amor de Dios.

El miércoles de ceniza oímos en la diócesis al sacerdote exhortarnos, mientras nos imponía la ceniza: “Conviértete y enamórate de Jesucristo”. La conversión en la Sagrada Escritura significa en primera instancia cambiar de dirección y volverse a Dios, es decir, al misterio de su amor, volverse hacia aquello que es esencial: el amor de Dios manifestado en Cristo.

La cuaresma es un tiempo privilegiado para volver nuestra mirada y nuestro corazón hacia el amor de Cristo que se entregó por nosotros hasta dar su vida en la cruz. Por eso durante estos días al meditar la Palabra de Dios, celebrar la eucaristía, recitar el viacrucis o el Santo Rosario, contemplamos especialmente el amor de Jesús por nosotros, para que este amor cautive nuestro corazón y así nos enamoremos más de Él. 

Nosotros, los cristianos, somos ante todo quienes hemos creído en el amor de Dios (Cf. Benedicto XVI, Dios es amor 1). Como fruto del encuentro con este amor, nuestra vida se transforma y dejamos todo aquello que nos impide corresponder a la grandeza y belleza del amor divino. Habitualmente la conversión moral es precedida por la conversión al amor de Jesucristo. El amor es nuestro peso, el amor nos lleva a donde quiere (Cf. San Agustín). Si nos encontramos con Cristo y experimentamos la grandeza infinita de su amor, dejaremos de lado nuestros pecados y apegos y abrazaremos los valores del Reino

Además de la transformación de nuestra existencia, la experiencia del amor de Jesús, hace de nosotros testigos de ese amor; enciende en nosotros el ardor misionero, el deseo irrefrenable de dar a conocer a otros el amor del Señor para que tengan la alegría de conocerlo y acogerlo en sus vidas.  El segundo aspecto que aparece en el sueño de diócesis, que Dios nos ha ido descubriendo, consiste en el ardor misionero, una Iglesia en salida deseosa de llevar el amor de Cristo con sus gestos y palabras y actitudes.

La parte central del sueño enuncia las actitudes que anhelamos caractericen nuestra manera de hacernos presentes en medio del mundo para comunicar verdaderamente el amor de Cristo. No basta salir, no basta entrar en contacto. No se trata de hacer proselitismo. Queremos asumir un estilo evangelizador que refleje el del mismo Cristo y que sea expresión del amor del Señor que transforma nuestros corazones y nos impulsa a la misión. Se trata de tres actitudes fundamentales: escuchar, acompañar y promover. Si decimos que se trata de actitudes es porque no pueden ser verbos que conjuguemos de manera esporádica, sino que han de caracterizar toda nuestra presencia y acción evangelizadora.

La primera actitud es la de escuchar, porque para anunciar el evangelio es necesario identificar la situación en la que los interlocutores de nuestra acción evangelizadora se encuentran, sus dramas humanos, sus anhelos, sus frustraciones y sus alegrías, las preguntas que se hacen. Si no escuchamos corremos el riesgo de que el anuncio del amor del Señor caiga en un terreno pedregoso y no sea, por lo tanto, acogido. A veces tenemos la tendencia a dar respuestas a preguntas que las personas no se han hecho. La escucha nos ayuda además a descubrir la presencia de Dios en aquellos a quienes nos dirigimos.

Es necesario superar la idea según la cual el evangelizador le lleva a Dios a quien no lo tiene. Se trata más bien de ayudarle a nuestros interlocutores a descubrir la presencia de Dios en su propia vida, para que descubriéndola comiencen a secundarla mejor. Además, desde esta perspectiva, el misionero del amor de Dios es también evangelizado por aquellos con quienes entra en relación. El Papa Francisco nos ha señalado en su documento para la cuaresma del 2023 que la ascesis cuaresmal es un camino sinodal y que en ese camino es necesario no sólo escuchar la palabra de Dios, sino también la voz de Dios a través de las voces de nuestros semejantes.

Sin embargo, no basta escuchar. Es necesario acompañar, hacernos compañeros de camino. La palabra compañero significa en su origen latino “aquel que comparte el mismo pan”. Hacerse compañero de camino significa compartir la vida, hacernos partícipes de las luchas y esperanzas de nuestros hermanos, los seres humanos. Quien se hace compañero no se siente superior, sino que, por el contrario, se siente igual a todos los que van por el camino de la vida y de la aventura que es la existencia humana. Nos falta hacernos cercanos para compartir la diversidad de experiencias humanas que las personas viven y tender una mano cuando sea necesario, para alegrarnos con quienes están contentos y ayudar a llevar las cargas de quienes se sienten agobiados. La gente no nos quiere ver con actitudes de superioridad moral o espiritual, no quieren que parezcamos jueces inmisericordes sentados en le trono de una presunta pulcritud, desdeñosa de las limitaciones y de la fragilidad de los demás. El ayuno cuaresmal ha de ser ayuno ante todo de la vana autosuficiencia y del orgullo que nos impiden hacernos compañeros humildes y sencillos de ruta.

La tercera actitud que parece en el sueño diocesano es la de promover. La escucha y la cercanía que nos hace sencillos compañeros de camino tiene como meta la promoción integral de las comunidades y las personas. El amor cristiano no puede quedar en el plano de la vana palabrería, de la sensiblería o de una compasión lastimera. Ha de hincarnos, a ejemplo de Cristo, el Buen Samaritano, frente a las miserias de los hermanos heridos al borde del camino. El amor cristiano debe empeñarnos en la construcción de un mundo más justo y fraterno en el que las condiciones de vida sean mejores para todos. Se trata de la promoción o del desarrollo humano integral del cual nos habla ahora el Papa Francisco y que implica la práctica de las obras de la misericordia, pero también la lucha por la justicia. También la cuaresma es una oportunidad para ejercitarnos en la caridad efectiva, especialmente hacia aquellos que sufren o pasan necesidad.

Además, señala el sueño, todo esto hemos de hacerlo sinodalmente, es decir, en comunión que abre a todos la posibilidad de participar en el discernimiento y en la tarea evangelizadora, comunión que estamos llamados a cultivar también en este tiempo de cuaresma, pues el verdadero ayuno, la auténtica penitencia, reclama abrirnos al don de la comunidad y practicar la ascesis que consiste también en no aferrarnos a nuestras ideas y criterios puramente personales, sino en colaborar en el discernimiento comunitario de la voluntad de Dios. 

Y, finalmente, en la última parte del sueño, aparecen los horizontes más amplios del mismo en fidelidad a la misión que el Señor nos ha confiado como Iglesia.  El anuncio de Jesucristo, pues como lo decía el Papa Paulo VI, la evangelización plena se da cuando Jesucristo es conocido, amado y servido. Sin embargo, sabemos que no todos llegan a abrazar la fe en Cristo, sabemos también que por caminos que solo Dios conoce estos pueden ser salvos gracias a Jesucristo y en la medida en que sigan la voz de su conciencia. Pero hay una tarea en cierto sentido más amplia que nos dejó el Señor: la de extender el Reinado de su amor, la de contribuir a que el poder de su Espíritu trabaje los corazones, las conciencias y haga realidad que nuevas posibilidades de vida más justas y fraternas surjan en nuestro mundo.

El anuncio y la contribución a la extensión del Reino de Dios en nuestro mundo son en el fondo el único horizonte de la pascua, el del Señor resucitado ante quien toda rodilla se debe doblar y el de la efusión pentecostal del Espíritu que actúa no sólo en la Iglesia, sino en el mundo entero, procurando la reconciliación, la justicia y la paz.  

Que la cuaresma de este año nos ponga en camino hacia la Pascua y hacia el sueño diocesano que el Señor nos ha descubierto.

Monseñor Pedro Manuel Salamanca Mantilla

Obispo de Facatativá