
Todos hemos enfrentado situaciones introductorias de conocimiento, quizás en el trabajo, en el marco de las relaciones sociales o en una catequesis de iniciación cristina. En muchos casos les pedimos a los asistentes que hagan una corta presentación de cada uno, seguramente con preguntas como: “Háblame un poco de ti, ¿Quién eres?” Claramente, una interrogación que busca conocer en forma honesta algo de la otra persona; sin embargo, la mayoría, por no decir todos, se centran en hablar de su formación, de su rol en el trabajo o de su familia, y solo pocos se atreven a mencionar algunos hechos de su vida; al final, todo eso nos revela una identidad distorsionada, limitada o por lo menos parcial.
Conocer al otro empieza por abrirnos a un diálogo amplio y profundo, uno que implique conocer aspectos como el origen familiar, la infancia, la juventud y la vida adulta, tal vez rememorando momentos de hitos, grandes frustraciones y realizaciones; todo esto en un marco de empatía y entrega generosa. Si bien un primer momento de encuentro tiene un tiempo muy limitado e insuficiente para conocer al otro, sí debe ser un primer objetivo en el contexto de una catequesis de iniciación cristiana.
Ahora bien, cuando alguien nos narra su historia y somos receptivos de corazón con esa persona, de alguna forma también abrimos nuestro ser y descubrimos que en la trama de nuestra vida no estamos solos; por el contrario, hay muchas personas que nos han acompañado a lo largo del camino y nos sirven para aprender, crecer y fortalecernos.

La catequesis debería permitirnos descubrir que es el propio Jesús quien hace parte de nuestra narrativa de vida; es él quien camina a nuestro lado, como lo hizo con los discípulos de Emaús, abriendo nuestros ojos, mente y corazón a la experiencia de sentirnos amados.
Una catequesis bíblico-narrativa permite identificarnos con los personajes y las tramas que los pasajes de la Biblia nos regalan, ofreciéndonos recursos reales y cercanos para resolver nuestros nudos o conflictos propios. ¿Quién no se ha identificado con el paralítico (Mt 9, 1-8), la suegra de Pedro (Mc 1, 29-31), los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) o la Samaritana (Jn 4, 1-30)? sólo por nombrar algunos pasajes que presentan personajes reales, como cada uno de nosotros, que enfrentan nudos o retos, pero que, gracias a ese encuentro con Jesús, lograron transformar sus vidas.
Una catequesis bíblico-narrativa permite establecer una hermosa conversación entre la Palabra y nuestra vida, es dicho instante donde se intercambian preguntas y respuestas reveladoras, donde nuestra fragilidad encuentra sentido en la fuerza del amor de Dios y donde nuestra humanidad es tocada por la misericordia divina.
Nuestra vida grita ser narrada, no como forma de escapar de la realidad, sino como espacio para ser refigurada desde el amor de Cristo, descubriendo que él nos fortalece y transforma cualquier “problema” en bendición y aprendizaje. Tengamos presente que la fe no es una expresión externa, sino que es tan real y profunda como nuestra propia historia de vida. Sin duda, en medio de una sociedad fragmentada, sobrestimulada y acelerada, nos debemos el tiempo para narrarnos desde la Palabra de Dios.
Jorge Alonso Espinosa
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