EN CAMINO DE COMUNIÓN
Le he dado este título a esta reflexión porque va muy en consonancia con lo que estamos viviendo en la Iglesia universal y la Iglesia particular, que es nuestra diócesis de Facatativá.
En el contexto de la Iglesia se nos viene invitando en estos últimos años al sínodo de la sinodalidad y específicamente este año a la oración que prepara el gran jubileo de la esperanza del 2025. También en nuestra diócesis acabamos de asistir, los sacerdotes, a los retiros espirituales y se nos ha invitado a ser pastores de la esperanza fortaleciendo la unidad y la comunión entre nosotros y de manera especial con el pueblo santo de Dios.
Estamos llamados como hombres y mujeres de fe a caminar juntos en una Iglesia sinodal donde resplandezca la esperanza.
De las charlas que nos compartieron, la tercera y la cuarta me llamaron la atención, específicamente para este tema que estoy tratando. Una sobre el misterio de la unidad, teniendo como base el texto del evangelio de Juan 15, 1-17 la vid y los sarmientos, y la otra, ser uno para que el mundo crea, con el texto de Juan 17, 20-26 la oración de Jesús por sus discípulos y por todos los que han de creer en él.
La imagen de la vid y los sarmientos nos tiene que llevar a ser hombres y mujeres de identidad, para que podamos dar buenos brutos. El fruto de la vid es el vino, que simboliza la alegría y la vida. Es necesario permanecer en contacto con la vid, es decir con Jesús.
En el evangelio de Juan no aparece la palabra fe sino la expresión creer. Es un llamado a hacer procesos, así como se ve plasmado en la vid y los frutos.
El creer nos adhiere permanentemente a Jesús en un camino sinodal, en un todo, hay que mirar más allá del “corral”, pues somos parte de un todo. No se puede abarcar todo ni creernos únicos y exclusivos.
Ser parte del todo nos recuerda que la sabia viene de un todo. Hay que fortalecer la comunión con los laicos, con los hermanos en la fe. Si no hacemos este trabajo de comunión se va desfigurando nuestra fraternidad y la unidad con los hermanos se fractura.
La comunión nace porque creemos en Jesús. La unión con Jesús, la mía y la del otro hace posible la verdadera comunidad, no es simplemente un deseo de encontrarme con el otro.
Lo primero que hace Jesús es buscar con quién estar. Compartir la vida con Jesús y de Jesús en nuestras relaciones. El misterio de la unidad implica conocernos, que todos tenemos debilidades, falencias pero que también tenemos virtudes, cualidades, que unidos podemos vivir como hermanos de camino y no como jueces implacables del otro.
Y el relato de Juan 17, 20-26 es un anticipo de la pasión. ¿Cómo afrontar nuestras dificultades si no aprendemos a caminar uno al lado del otro?
El tema de la unidad está en el proyecto de Dios: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2, 18) Unidos para ser apoyo el uno del otro. Fuimos creados para caminar uno al lado del otro. La dificultad viene cuando el pecado genera división y nos lleva a enfrentarnos, no nos permite ver y sentir al otro como hermano y apoyo sino como competencia.
El núcleo de la unidad será siempre el del amor donado en la cruz por Jesús en la comunidad. Hoy se hace prioritario la comunión como donación. Se hace camino si hay intimidad con el otro. No es la suma de individualidades sino de experiencia comunitaria. En comunidad se camina de manera más segura.
Para ser peregrinos de esperanza hay que hacerlo siempre en la unidad.
La gran invitación, entonces, es a vivir una espiritualidad de intimidad con el Señor, Jesús. Pues sólo y desde allí es que el discípulo puede ser signo de unidad y de esperanza para otros.
Abel de Jesús Velásquez Flórez Pbro.